Idas y vueltas.
Lo duro no es volver a irse. Lo duro es irte sabiendo qué, irremediablemente, vas a dejar parte de tu corazón detrás. Que dejas a tu familia, a tus amigos y a las personas con las que compartes pequeños momentos del día a día. Y es que te vas pensando en volver. Y es que en la vida nunca dejas de volver a volver, ni de irte.
Vuelvo hacía donde me fui y cuando me fui la última vez crecí mucho, tal vez por irme pensando en volver. Al irme no solo conocí a personas impresionantes y viví momentos increíbles en un lugar de ensueño, al menos para mi, si no que logré conocerme más a mi mismo de lo que habría podido imaginar.
Me marché con la vida rota y volví sabiendo que eso es parte de la propia vida, que te rompe en pedazos pero que siempre dependió de mi el no darme por vencido, el no tener miedos, entre ellos a vivir. Que depende de mí mi manera de amar, tanto a los demás como a mi mismo.
Al irme busqué romper con ciertos pactos, viejas defensas, muros, miedos autoimpuestos, y crear nuevos acuerdos como la paciencia, la actitud y la lealtad hacia uno mismo. Para ello tuve que conocer al niño que fui, al niño que soy y di el paso para ser un hombre que supiera quien es, uno que no se victimiza, uno que tiene palabra con sí mismo antes que con los demás, uno que no se miente a sí mismo ni a los demás, un hombre que no fuerza su actitud, que no se autoimpone una coraza si no un hombre que vive sus sentimientos y emociones sin dejarse llevar por ellas. Y es que al irme aprendí, también, que los sentimientos y emociones no se reprimen, ni se controlan, si no que más bien hay que hacer un esfuerzo en entenderlos y dejarlos pasar sin dejar que tomen el control de tu vida. Y es que entender mis sentimientos y el por qué me siento como me siento me ayuda a conocerme a mí, a saber que cosas me duelen o que cosas disfruto, que cosas me hacen sentir bien y cuales mal. Y es que esa actitud de mejora constante me hace ganar en paciencia, sobre todo conmigo mismo por qué entendí que era capaz de tener paciencia con todo el mundo menos conmigo y con mi vida y eso se llevo toda la ansiedad y los autoreproches constantes con los cuales conseguía realmente sentirme victima del mundo, de las decisiones de los demás, de la propia vida.
Ya no. Si hay algo en mi vida que no me guste, que me moleste, es mi deber como persona mejorar, que no cambiar, y quitarlo de mi vida, cuésteme lo que me cueste.
Para mi, como para muchos, cambiar significa mentir mejor, como el que se cambia la mascara. Y es que las personas no cambiamos, pues siempre seremos quienes somos por mucho que nos mintamos a nosotros mismos; las personas evolucionamos, a mejor o peor dependiendo del amor de nuestras decisiones. Mejorar o empeorar siempre será una cuestión de amor, propio y hacia los demás. Mejorar es un acto de amor, mejorar es entregar la vida siendo tuya.
Para resumir diré que al irme me di cuenta de algo que ya sabía, o que por lo menos sospechaba: mi vida es mía.
Espero volver tras irme de volver a volver a irme. Ámense y amen.
Comentarios
Publicar un comentario