Labios, copas y tricomas. Cap_2
2.-
Cuando
me despertó el despertador me sentí un huésped en mi propio
cuerpo, como si no entendiera que estaba vivo ni nada de lo que
pasaba ni lo que había a mi alrededor. Me pesaba la cabeza, tenía
el estómago reventado. Tan reventado que en cuanto tomé consciencia
de mi propio ser, fui corriendo al baño a vomitar una masa
amarillenta llena de granos de arroz, jamón york y lo que parecían
ser guisantes. Después de que mi cuerpo expulsara todo lo que podía,
y un poco más, fui a mi habitación, todavía con sudores fríos y
ganas de seguir vomitando, lo que me parecía imposible. Me senté en
mi cama y miré la hora en el móvil. Me había despertado pronto,
bien por mí, nunca sabe mal una victoria, aunque sea pequeña. No
recordaba nada de la noche anterior desde que llegamos al parque
Folk. No sabía ni cómo cojones había acabado en mi cama. Nunca he
dejado de sorprenderme a mí mismo. Me iba a explotar la cabeza y
tenía que aguantar en el trabajo. “¿Y si hago como que estoy
malo?”, pensé, pero sabía que no podía permitírmelo. Llevaba
poco en aquel trabajo, era de camarero en el “Palace Center”, un
hotel de los muchos que hay en SugarCoast. Mikel y yo habíamos
conseguido un trabajo que de momento parecía estable. “No tengo
tiempo de pensar en eso, date prisa, date prisa Jonh”, me dije a mí
mismo. “Recuerda el por qué, actitud joder”.
Fui
a la cocina, en busca de alguna pastilla que me quitara el dolor de
cabeza. Entonces vi a Dan, dormido despreocupadamente en el sofá. Me
acordé entonces que había dejado que Dan condujese camino a casa
pero desde donde no podía recordar y me dolía más la cabeza al
intentarlo. ¿Cómo cojones había dejado conducir a Dan? Por lo
menos habíamos llegado vivos. Después de tomarme un buen café con
unas cuantas pastillas que no sabía muy bien para que servían o
cuando las había comprado, me convencí a mí mismo de ir a trabajar
si o si y me encamine al baño. Debajo del agua calentita me volví a
pensar si ir o no a trabajar. Debajo del agua era incluso más
difícil autoconvencerme de que tenía que ir. Fue duro salir de allí
y vestirme con el uniforme aún más si cabe. Me lo puse lentamente,
como si esperase una llamada diciendo que se cancelaba, que hoy no
hacía falta que fuese. Pero nadie llamó. Cuando me mire al espejo
vi lo que parecía una calavera con el pelo y ojos negros. Tenía las
ojeras bien pronunciadas, no sabía si quiera cuanto había dormido
esta noche. Me peiné lo mejor que pude, me lavé los dientes
desganado totalmente, vencido y derrotado. Antes de salir le dejé
una nota a Dan recordándole que tenía que buscar curro.
Encendí
un cigarro, me puse las gafas de sol, y salí del portal. Caí en la
cuenta de que no sabía dónde cojones habíamos aparcado la noche
anterior. No tenía la más mínima idea de dónde coño estaba mi
coche, mi corcel, el cual me había vuelto a ser fiel la noche
anterior y yo, lo había abandonado. Desconcertado, y un poco
decepcionado conmigo mismo, fui a la parada de taxi más cercana a mi
casa, no tenía tiempo que perder buscando a mi corcel. Fui lo más
rápido que pude pese a que las piernas no me respondían bien,
parecía por momentos que seguía borracho. Por lo menos no olía a
alcohol. Llegue y gracias al cielo había dos taxis parados, pues
todo el camino había ido pensando en la posibilidad de que no
hubiera ninguno estacionado allí. Subí al primero de los dos. -
Buenos días. Me puede llevar al “Palace Center”, que llego tarde
al trabajo.- Dije para que fuese lo más rápido posible, intentando
no balbucear, mientras me subía. - Claro chaval, viaje exprés al
“Palace”, no vayas a perder el curro. - El taxista sonriendo, y
habiendo entendido que tenía prisa, arrancó raudo y veloz. Me fue
explicando toda la ruta, porque tomaba cada calle, como sintiéndose
un héroe que rescataba a un desvalido de un final funesto. Yo le
sonreía y le asentía, no podía hacer mucho más, estaba a punto de
vomitarle el salpicadero. Pálido, le pagué y como pude me baje del
coche dándole las gracias.
Algo
me decía que hoy no iba a ser un buen día.
El
coche de Mike estaba aparcado graciosamente en la acera de enfrente.
“El cabrón ha llegado antes que yo.” Fui lo más rápido y
elegantemente que pude, intentando controlar mis pasos, hacia la
entrada del personal, que se encontraba detrás del hotel, donde
estaban los contenedores de la basura y el cobertizo del de
mantenimiento. Mike estaba junto al Metre, que en realidad nunca supe
cómo se llamaba. Era bajito, moreno de piel, pelo y ojos, con una
sonrisa amarillenta y desgastada por lo mucho que fumaba. Podía
parecer que no imponía, pero cuando te daba un par de gritos las
cosas te quedaban mucho más claras. Todos le llamábamos Doc. - Hola
Jonh, ¿fiesta anoche verdad? Seguro que saliste con este, pero tú
por lo menos te has duchado, este cabrón sigue oliendo a sudor,
alcohol y no sé qué más. Quítate las gafas, que vienes al
trabajo, no a un puto After. - Y esos eran los buenos días de Doc,
no podía reprocharle nada y eso me molestaba un poco. - Por lo menos
hemos venido Doc y sabes que aunque sea de rodillas vamos a sacar el
trabajo. - Intenté defendernos ya que Mike no estaba para gesticular
palabra. - Deja que se dé un agua en los vestuarios del personal y
verás como cambia la cosa, tú tranquilo Doc, ya nos conoces, confía
en nosotros. - Joder Jonh, no me vengas con esas cosas tan
blandengues. Me están apretando las tuercas los de arriba, ya os lo
aviso, una más de estás y estáis despedidos los dos. Ahora vete y
dale un agua a este. Ah, y tomaros un buen café que os voy a hacer
trabajar pero bien hoy, me vais a recolocar todos los almacenes,
vamos, vais a limpiar mierda como nunca en vuestra vida, así os lo
pensáis mejor para la próxima vez, capullos.- Y se fue renegando
hacia el interior del Hotel, hacia el pasillo del personal, un
pasillo estrecho que tenía salida a las basuras, donde se
encontraban ellos, el comedor, la barra del bar del hotel, la cocina
y las escaleras de las señoras del servicio de habitaciones. También
había en aquel pasillo una salida que daba a los vestuarios del
personal. Allí había un pequeño baño con una ducha. Mike que
seguía sin decir palabra solo habló tras vomitar en aquel baño.
Después metió la cabeza debajo de la ducha, en la cual no había
agua caliente, entre quejidos y gemidos. Cuando sacó la cabeza y me
dijo que se iba a dar una ducha me sorprendió bastante la verdad,
pero también le hacía falta.
Le
dejé allí mientras iba a por dos cafés. Lys, una compañera del
turno de mañana, estaba sola detrás de la barra, ya perfectamente
brillante y limpia, del bar del hotel, donde no había ningún
cliente porque estaban todos en el chiringuito de la piscina o en la
playa. Ella estaba terminando de repasar las copas y los vasos para
el turno de la cena. Lys tenía diecinueve años y era nueva en la
empresa, como Mikel y yo. Éramos los más jóvenes también,
exceptuando a Paul, uno de los pinches de la cocina y también uno de
los nuestros, que tenía ese día libre, habíamos encajado entre
nosotros a las mil maravillas, tanto, que me hacía pensar que era
como si nos hubiéramos conocido en otras vidas. Lys, ¿cómo decirlo
con palabras?, era guapa, atenta e inteligente. Tenía un cuerpazo
acompañado de una cara angelical, con una sonrisa deslumbrante y
unos ojos color miel, que a mí por lo menos me volvían loco. Tenía
pecas en la nariz y debajo de los ojos que me parecían tan finas
cómo las estrellas en el firmamento y el pelo rubio que se tornaba
dorado al sol. Estudiaba enfermería y trabajaba en verano. Cuando la
vi en la barra, por un momento me olvide hasta de la resaca. Ella
estaba de espaldas, así que lentamente pasé dentro de la barra y le
tapé los ojos por detrás. - ¿Quién soy? - Dije imitando lo mejor
que podía a Doc. Se giró y sonriendo me dijo. - Idiota, me has dado
un buen susto, casi se me rompe la copa en las manos. Seguro que te
hubiera parecido gracioso. - Que va, esas manos no deberían tener
que sufrir jamás, ni trabajar. Deberían ser y estar inmaculadas.-
Mientras me reía ella me tiro el trapo con el que repasaba las copas
a la cara. - Idiota. - Me sonrió, y para mí esa era la cura a mi
resaca. Hice el amago de pasarle el trapo, y cuando lo iba a coger lo
retiraba, el típico juego tonto.- Dámelo anda, no seas pesado,
Jonh. - Dijo sonriéndome, dejé que lo atrapara. Me giré hacia la
máquina de café y me dispuse a hacer un par de cafés. - Café para
ti y para Mike, ¿verdad? Otra vez de resaca, como vivís, encima
llegáis al trabajo y os tomáis primero un cafecito, y después un
cigarrito, ¿no? - Dijo todavía sonriendo y soltando el aire
haciendo como si fumara- De verdad que quiero ser como vosotros. - Te
hacen falta años, joven padawan. - Me volvió a tirar el trapo a la
cara. - La próxima vez te tiro una copa o una botella o lo que tenga
a mano, joven idiota.- Terminé de hacer los cafés, y le hice uno a
ella. Fui al vestuario donde Mike se secaba el pelo con una toalla y
ya parecía tener mejor aspecto. -¿Estabas moliendo el café a mano
o algo por el estilo? Porque joder, sí que has tardado. - Reflexionó
un instante. - Ah no, ya sé, estaba Lys en la barra, eh. Deberías
invitarla a salir hermano o se te va a adelantar alguien. Ya te lo
digo, ojo cuidado. - Déjate de gilipolleces, vamos a tomarnos el
café y darle duro a este día, que tenemos a Doc contento. - Me
había vuelto el dolor de cabeza y no estaba para sermones de nadie.
- Ya tío, pero si no te lo digo yo quién te lo va a decir, ¿eh?
Espabila Jonh, que te quedas dormido, literalmente. - Aproveché y me
di un agua yo también en la cara, no tenía buen aspecto con esas
ojeras. Cuando terminé, Mike ya se había marchado a colocar el
comedor, yo en cambio fui al chiringuito, pasando otra vez por la
barra, en la que ya no estaba Lys. El chiringuito estaba al lado de
las dos piscinas del hotel, allí servíamos snacks y diferentes
tipos de bebidas. Es decir, nuggets, Hamburguesas, sandwiches,
pizzas, pasta precocinada. También cócteles, mojitos y todo lo que
les suele gustar a la clase turística media. Mierda de dudosa
procedencia, o así lo veía yo. Doc, Lys y dos camareros más
estaban allí, Fill y Robert. Tenían 28 y 32 respectivamente. Robert
era la mano derecha de Doc, un lameculos. Fill era genial, de broma
fácil y siempre sonriente, aunque su sonrisa fuera un poco
descuidada. Entre Mike y él siempre teníamos la juerga y la
diversión asegurada. Fill era delgado y alto, más que Mike. Tenía
el pelo largo, recogido en una coleta. Los ojos de un tono azul que
parecían hechos de hielo, los cuales destacaban en su piel morena.
Robert, en cambio, era negro, con el pelo rizado y corto. No tan
alto, pero si mucho más ancho de espaldas que Fill. Tenía la nariz
rota pues, en su antiguo trabajo como portero de discoteca, se la
había partido bastantes veces y le había dejado esa huella. Los
ojos color oscuros como la noche y una sonrisa demasiado blanca, la
cual no solía mostrar casi nunca, pues solía ser bastante serio y
reservado.
Tal
vez fuera así a causa de todo lo que había tenido que vivir para
llegar hasta donde estaba. Sabíamos, porque nos lo contó Doc, que
era una maruja de impresión, siempre dado al cotilleo y a ver
programas de las vidas de los estúpidos famosos que ocupan las
portadas de las revistas estos días, que Robert no era su auténtico
nombre, se llamaba Manbúk y era senegalés, había llegado al país
ilegalmente cuando era pequeño, situación que años después
solucionaría casándose con una muchacha que se llama Ramona,
bastante guapa y bastante más alegre que él, de aquí, de
SugarCoast.. Así Robert paso a ser un miembro legal más de esta
sociedad, pero antes de todo eso había tenido que vivir momentos
bastante dramáticos toda su vida, desde la muerte de sus padres como
mulas obligadas por los narcos, pues tenían que pagar el pasaje a
una vida mejor, hasta la muerte de su hermano de sobredosis a causa
de las misma drogas y de los mismo narcos que obligaron a sus padres
a introducir drogas en el país. A causa de todo eso, y de distintos
abusos, en cuanto pudo se hizo el peor de entre todos los chavales de
los suburbios, empezaron a respetarle distintos mafiosos de los bajos
fondos, los cuales le utilizaron como un animal, como un gallo de
peleas en sus diferentes garitos. Era el portero más conocido y
respetado de la ciudad cuando conoció a Ramona, la mujer que le
cambió la vida y lo volvió de vuelta a la humanidad. O eso nos
había contado Doc, que era muy peliculero.
En
ese momento los cuatro, Doc, Lys, Fill y Robert, estaban currando a
cuenta gotas el servicio de la mañana en el chiringo. Era una mañana
fabulosa, soleada y calurosa, así que la mayoría de los clientes,
la mayoría familias con niños pequeños y parejas de ancianos, se
habían ido a la playa a pasar el día. Doc, que estaba sentado
dentro de la garita del propio chiringo, en la cual tenía una tv
para ver sus programas favoritos por la noche, en cuanto me saludaron
Lys y los demás salió de allí, apagando un cigarro y me dijo que
le siguiera, con bastante mala leche, para que los demás notasen que
estaba cabreado conmigo y con Mike, aunque todos sabíamos que se le
terminaría pasando.
Doc,
era de Cuba. Según sabíamos, llegó a los 14 años desde Cuba y no
había dejado de trabajar. Estaba casado con un chavalín al que le
sacaba 16 años, Doc tenía 42 y Ricky, así se llamaba su chico,
tenía 26. Vivía con su Ricky y con su padre, que se llamaba Roly,
un anciano que le encantaba el ron, la marihuana y la playa. Mike y
yo habíamos cogido la costumbre de llamarle abuelo cuando venía
por el hotel, que solía ser casi todas las noches al volver de la
playa y casi siempre acompañado por el marido de Doc. Y yo de verdad
empezaba a verle y a tenerle cariño como si lo fuera. Era un señor
super agradable, agradecido y desprendido, lo que tenía era para
compartir siempre y siempre se preocupaba porque no nos faltara de
nada. Supongo que algo así era un abuelo. Y siempre sonreía cuando
conseguía sacar a alguna clienta del hotel a bailar en las fiestas
temáticas que organizaba el hotel por las noches. Así que de tal
palo, tal astilla. Doc era más bueno que el pan, aunque en
apariencia tenía que ser bastante más duro o actuar más duramente
por el puesto en el que estaba. A mí, personalmente, cuando se
cabreaba se me parecía a un Yorkshire Terrier. Entre lo bajito que
era y su manera de dar voces no podía evitar pensarlo. Lo único que
no me gustaba de Doc es que le gustaba demasiado el cotilleo y estar
creando movidas entre los trabajadores contándonos cagadas de los
demás y así quedando él por encima de todos como el único que
hace bien las cosas en el hotel, pero aparte de eso siempre daba la
cara por nosotros ante la dirección del hotel, nos ayudaba y aunque
le volviésemos loco con las mismas preguntas de siempre, nos
respondía, aunque no muy amablemente, volviéndonos a enseñar como
se hacían las cosas. - Sois mis diamantes, algunos todavía en bruto
y a otros os tengo que pulir a base de bien. - Le habíamos oído
decir varias veces.
Seguí
a Doc hasta el comedor, donde Mike y otra compañera, llamada Diana
(pero la llamábamos o Di o Ana para vacilarla), colocaban de nuevo
el comedor tras el desayuno. Estaba ya prácticamente colocado, a
excepción de unas cuantas copas que faltaban en algunas mesas. Mike
barría graciosamente mientras silbaba la canción que sonaba en ese
momento en el comedor. -Tú, deja de hacer como que haces algo y
sígueme, que os vais a enterar de lo que es sudar.- Ante la mirada
desconcertada, con media sonrisa, de Diana, Mike dejo la escoba
apoyada en la pared, sonrió a Diana y le dijo a Doc – Dígame
patrón, ¿qué es lo que requiere que haga pues?- Todo esto con
acento mexicano. - Yo le sigo patrón, yo y este pinche estamos a su
entera disposición. - Mike ya estaba en su salsa. El trabajo y tener
un deber que cumplir suelen ser la mejor medicina para la resaca. -
Síganme pues.- Nos dijo Doc, sonriendo mientras le seguía el juego
a Mike. Ese era otro de los pequeños dones de Mike, hacer que
cualquiera le siga el juego.
Creo
que a los dos nos golpeó otra vez la resaca cuando empezamos a
reorganizar todo el economato. Teníamos que cambiar todo de sitio,
colocándolo a la perfección, es decir, todos los alcoholes juntos y
organizados por su tipo, briks de zumo organizados según su fecha de
caducidad y de sabor. Con la leche nos pasó lo mismo. Había decenas
de cajas de pajitas, servilletas de papel, canguros para envolver los
cubiertos, cajas de cubiertos de plata y acero por estrenar al igual
que de plástico, barriles, cajas de casquillos de refrescos a
montones inmensos y un par de cámaras frigoríficas para guardar la
mierda del chiringuito, que nos tocó limpiar y ordenar de nuevo.
Cuando terminamos con el economato, nos llevó al almacén del
técnico que se ocupaba de reparaciones en todo el hotel. Tuvimos que
mover maquinaria bastante pesada y limpiar todas las herramientas que
había en aquel cutre cobertizo al lado de los contenedores de la
puerta del servicio. Pasamos toda la mañana y parte de la tarde
organizando y limpiando todos los tipos de almacenes del hotel, los
de cocina, los del servicio de habitaciones, la del grupo que se
encarga del entretenimiento en el hotel. Acabamos reventados, no
paramos ni para comer, teníamos el estómago destrozado y el café
de la mañana no había sentado tan bien como esperábamos, sólo
bebíamos agua y fumábamos, era lo único que nos apetecía. Por lo
menos estábamos juntos entre toda la mierda que nos comimos ese día.
Cuando llegó la noche y nos tocó el turno de las cenas, estábamos
reactivados a tope. Acabábamos de comer algo del chiringuito, pues
nos había vuelto el apetito. Cuando acabamos de recoger lo que
quedaba en el chiringo fuimos hacia el comedor, llegando justo a
tiempo para recibir a los clientes que ya bajaban de sus habitaciones
después de llegar de un largo día de playa y sol.
El
servicio de la cena no daba mucho trabajo y antes de que terminara,
Mike y yo estaríamos en “La primera” tomando algo ya que
terminábamos a las 10 de la noche. Y aun que eran las ocho de la
tarde, ya tenían ganas de ir a saludar a Alice, Dana, Tom y a todos
lo que estuvieran por allí conocidos. El servicio consistía en un
buffet libre en el que los clientes se auto-servían ellos mismo, así
que las labores de los camareros era servir en un principio la bebida
e ir retirando platos sucios de las mesas, no tenía mucho misterio.
Pasó rápido, a las nueve y media ya no quedaba nadie en el comedor,
la mayoría de los clientes se habían ido al chiringuito o la playa
de SugarCoast. Mike y yo, nos quedamos en el comedor, para
“recogerlo” aparentemente, tarea que hicimos pesada y lentamente.
Desmontamos las mesas, las montamos, limpiamos las copas y los vasos
usados, contamos las servilletas de tela que se habían utilizado
aquella noche, las dejamos en carros al final del mismo pasillo que
daba a la salida y entrada del servicio para que los que se
encargaban de la limpieza se los llevase a lavar el día siguiente.
Después, fuimos al vestuario a que Mike cogiera las llaves del
coche, antes de llegar, escuchamos risas.
Eran
Fill y Diana. Fill estaba en el suelo sin camiseta, retorciéndose,
no sabría decir si de risa o de dolor, y Diana se moría de risa
sentada en uno de los bancos que estaban enfrente de las taquillas.
Diana era más bien bajita, con bastante carácter, pero también de
risa fácil si tenía el día. Era morena, delgada, con la cara muy
fina, los ojos de un verdoso aguado y una sonrisa más o menos bien
cuidada. - Que bien los imitas, ¡Si señor! Me encanta – Conseguí
entender entre las carcajadas de Diana. Mike que pareció que
entendía lo que pasaba se tiró al suelo igual y empezó a poner
cara de pez y moverse como uno de ellos fuera del agua. Ellos de vez
en cuando se hacían los muertos y Diana les tiraba agua por encima
para evitar que se “asfixiarán”. La verdad es que yo no le
encontraba ningún sentido a todo aquello por más que lo intentase.
No le veía la gracia, ni por qué estaba pasando aquello. “Igual
debería tirarme al suelo y hacer el pez para entenderlo.” pienso,
y, aunque no entiendo muy bien a qué viene todo esto, sonrío y me
enciendo un cigarro. -Pescaito, levanta que nos esperan en “La
primera”. - Le dije a Mike, y mirando a Diana que ya recobraba el
aliento. - ¿Os apuntáis a un futbolín y unas cervezas? Estarán
Carl y Dan, que ya los conocéis. Venga, veniros y seguís allí
haciendo lo que quiera que sea que hagáis.- Diana sin mirar a Fill y
Fill sin mirar a Diana dijeron al unísono- Perfecto.- Se miraron y
se sonrieron de forma cómplice.
Mike
no debió verlo y, poniéndose entre los dos, les rodeó a ambos el
cuello con sus brazos y salió de allí en dirección a su coche,
mientras cargaba todo el peso de su cuerpo en ellos. -Ándale,
Ándale. - Les decía otra vez en tono mexicano.
Pronto
descubriría porque a Mike le había dado tan fuerte con México.
Ya me tienes enganchado, Juancho. ¡A por el tercer capítulo! Se nota que conoces bien el gremio de la hostelería.
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